viernes, 24 de octubre de 2008

Benteveo, el solitario

Escribiéndome con el Beat hablamos de la historia de las cosas, todos objetos tienen una historia. La curiosidad se ha apoderado una vez más de mí. Así que como de la mayoría de cosas que hay en casa no se la historia anterior, he decidido inventarla. Empezamos por Benteveo. Nació en China, era verano. Su madre no quería más hijos, pero en una noche de celo se insinuó sobre el tejado de la pagoda a un gran gato persa. Él había ido de vacaciones, en su casa, en Persia, tenía mujer e hijos pero pensó que nadie se enteraría. Tras una larga y calurosa noche de arrumacos, ronroneos, maullidos y más cosas que no os voy a relatar, el padre partió. Él era rico, de familia bien, tenía una larga cola y unos bigotes que eran la envidia del barrio. Ella, una gata parda, de noche ya se sabe… A veces recordaba aquellos bigotes y se le erizaban los pelos del lomo. Le pusieron de nombre Benteveo porque nació todo dorado. Fue un buen cachorro, aunque marginado por la dura sociedad que no admite a los mestizos. Un buen día decidió partir, huir de todo y de todos pero en realidad sólo huía de si mismo. Se enroló en la marina mercante. Recorrió todos los puertos de oriente, los mares del sur, Shangai, Hong Kong, Bangkok, Begawan, Calcuta, Tailandia, la India… siempre rodeado del olor especiado de los mercadillos nocturnos. Tiene los ojos muy abiertos por la cantidad de cosas que ha visto. Su brazo, saludando y diciendo adiós a la vez, preparado para salir en busca de otro puerto. Siempre fue un gato solitario porque, como dijo aquel genio, cuando reluces tanto, por defecto estás solo. Su dueño, un viejo contramaestre chino, decidió llevarlo en uno de sus viajes a tierra firme. En Buenos Aires todo le fascinó, su dueño le llevó a ver el barrio chino, quería sentirse como en casa. Pero el destino pendenciero quiso que su visita coincidiera con el corralito. El chino desesperado decidió empeñarlo en una de las tiendas. Su nueva dueña, una entrañable china que llevaba miles de años en Buenos Aires lo convirtió pronto en su favorito. Era el centro de todas sus atenciones, todos los días le daba dulce de leche. Allí le encontré, rozando la obesidad, entre pay pays, pequeños Budas y abrelatas que no abren latas. Sin que la anciana china lo viera me lo llevé de la estantería. Dejé los pesos sobre el mostrador y partí con él hacia su nuevo destino. Valencia, mi pared medianera. Y aquí está, a veces pienso que algún día partirá cuando veo como le pierden los tejados de su mirada que no tienen techo, como eligiendo el próximo puerto al que dirigir sus pasos. Pero otras veces, escuchando su maullido con acento porteño, pienso que ha llegado a su puerto, que este era su destino y que seguirá conmigo… mientras le siga dando dulce de leche.

1 comentario:

El Rumor de los Bosques dijo...

Querida Angelita: Así que tu lindo gatito... tiene un pasado... un presente... y un porvenir... Que esté contigo... para siempre... es mi más tierno e infinito deseo... para Tí y para Benteveo... un gato de Valencia... con nombre de pájaro
Quien te Quiere...
el Beat.
29.1O.O8.