viernes, 31 de octubre de 2008

Premio a Aquarius hablando de La Colifata

Les han dado el premio Ondas, bueno, a ellos no, a los creativos del anuncio de la radio. Pero hablaba de ellos. Me he alegrado mucho. Las campañas de Aquarius siempre han llamado la atención pero lo cierto es que esta ha sido muy especial. En la Colifata recibían los sábados mensajes de gente de aquí diciendo que habían buscado más información del proyecto por el anuncio. La publicidad aplicada a un bien social. Recuerdo a Hugo cuando me contaba la grabación del auncio. Los creativos se contagiaron de la magia de la Colifata y se emocionaron con ellos. Le llamaba la atención ver como una de las productoras lloraba. Eso se transmite en el anuncio. Y creo que esa es la base de su éxito. Enhorabuena a ellos y a los que eligieron transmitir su mensaje.



miércoles, 29 de octubre de 2008

Era la misma puerta

Era la misma puerta, la misma llave con la que había abierto tantas veces, pero comprendió que era diferente, ya nunca sería igual. Al cerrarla recordó como siempre se apoyaba de espaldas en ella al entrar como para evitar que el resto del mundo tumbase la puerta y entrase allí, a su rincón. Esta vez no lo hizo, necesitaría toda la compañía posible, no podía estar sola, no en este momento. Nunca creyó que esto acabaría así, no ha sufrido nada, le dijeron en el Hospital, pero... ¿y ella?, ella sí que había sufrido, mucho. El suelo estaba lleno de cajas vacías, se suponía que allí tenía que empaquetar su vida, ella cabía en esas cajas. Recordó el principio al ver los libros amontonados en el suelo, cuando se conocieron. Fue en la Facultad, las noches de café, confidencias, besos y leyes pasaron por su cabeza como una cuchilla afilada. Aquellas tardes contemplándose en sus ojos, los sueños, los proyectos, aquellos primeros encuentros urgentes, apasionados consumiendo el amor con la seguridad de que lo repondrían. Ella le amaba, le hacía sentirse especial, él la amaba, se lo había dicho muchas veces.
Se acercó a la estantería en la que se agolpaban las películas, las que tantas veces habían vivido juntos. Él le decía lo guapa que estaba en el cine, con esas luces parpadeando sobre su cara y con los ojos brillantes conteniendo alguna lágrima. Los cuadros descansaban en el suelo, aquella casa estaba decorada antes incluso de construirse, la habían soñado tantas veces juntos que sabían a la perfección donde iba cada mueble, cada accesorio, sabían incluso el color que reflejaría cada cuadro en las tardes nubladas. Aquella decoración fue cambiando con los años y sintió no guardar ninguno de aquellos primeros objetos para poder aferrarse ahora a ellos. Recordaba perfectamente el día que vio por primera vez la mesa del comedor, era esa, la que habían soñado, no pudo contener la excitación en todo el día hasta la llegada de él, lo tomó de la mano y volaron juntos hasta un gran escaparate. Allí estaba. Cuando al día siguiente la vio en su comedor lloró. Lloró las lágrimas que los sueños cumplidos dejan caer.
Al notar que volvía a emocionarse fue hasta el cajón de su tocador, de allí sacó una pequeña pulsera de plata escondida entre la ropa interior, era el primer regalo que él le hizo y en su reverso se podía leer: Gracias por estar a mi lado. Ella nunca dejó de estarlo.
Él terminó antes la carrera y comenzó a hacer prácticas en una multinacional que no tardó en ficharlo, aquel abogado joven, con talento y ambicioso era el tipo de persona que la empresa necesitaba. A ella le costó dos años más en los que se dedicó a respaldar su posición y amortiguar los golpes de la vida para que nada empañase su brillante carrera. Comenzó a trabajar en una correduría de seguros. Un trabajo a media jornada que le dejaba tiempo para ocuparse de su casa. Y para esperarlo. Se esforzó para que cada tarde fuera diferente, para que él siempre tuviera una motivación para llegar a casa. Él lo agradecía y ella era feliz. La trataba como a una reina, como su reina, a la que había coronado con palabras de amor, proyectos de futuro y con la promesa de un mundo para dos en el que nada más tendría cabida. No quisieron tener hijos, al menos por el momento, su carrera necesitaba de toda su atención. Su vida era común, le ayudaba con su trabajo y servía de vía de escape para sus frustraciones, su sonrisa y su cariño hacían que se olvidara del resto del mundo. Su dedicación le hizo ascender rápidamente y ella tuvo que amoldarse a su nueva situación, ahora era la compañera, nunca se casaron, de un importante ejecutivo. Los amigos, los lugares de reunión, hasta la ropa cambiaron, y ella se movía en aquel nuevo mundo tal y como él necesitaba. Aprendió a hablar de todo tipo de temas, se aficionó a deportes y hobbis que no había practicado en la vida. Se ejercitó para hacer inmenso cualquier pequeño gesto de él que expresara amor. Se convirtió en el complemento ideal, daba mucho y necesitaba muy poco, casi nada. Pero esos nadas comenzaron a desaparecer.
Vivian alquilados en aquel magnífico piso, él dijo que no era buen momento para comprar ya que la casa que ellos se merecían estaba por el momento fuera de su alcance y el mercado era inestable. Ahora ella no podía pagar el alquiler sola y tenía que abandonarla. Sus esfuerzos por cumplir todos los sueños comunes se concentraron en cumplir los de él y lo consiguió.
Un día, se descubrió mirándolo como a un ser extraño, quién era aquel hombre que se metía en su cama cada día y al que no conocía en lo más mínimo. El gran espejo de la habitación le dio la respuesta, aquella mujer, con esos ojos ya incapaces de derramar lágrimas de felicidad, no era ella.
No ha sufrido nada, las palabras del médico continuaban golpeando su cabeza. Un disparo, una muerte instantánea, había acabado con él. Y con ella. Sabía que ya nunca podría volver a tenerlo como antes. No quiso llevarse nada del piso, tan solo la pulsera de plata y un pañuelo. Con él envolvería el revolver cuando lo tirase al río.

martes, 28 de octubre de 2008

Mi niño es de Boca


A pesar de los llantos... finalmente se ha hecho de Boca. Con la oposición, supongo, de la familia de su madre.
Gracias Enrique. Hoy me has alegrado el día.
Hoy, que sin saber por qué me he acordado de Isidro, mi compañero del curso en Buenos Aires y le he mandado un mensaje al móvil sólo para decírselo. Me estoy acordando de ti.
Hoy, que ha empezado el frío intenso y me he acordado del frío en el jardín del Borda.
Hoy, que no he podido tomar mate y lo he echado de menos.
Hoy, que he hablado de sobrinos y he dicho que yo tengo uno en Mar del Plata.
Hoy, que recuerdo tantas cosas.

Gracias por ese pequeño milagro que es Leandro, por cuidar de ese corazón rodeado de mujer que es Lorena, por hacerme sentir en casa, de la familia.
Gracias por estar tan cerca, estando tan lejos.

domingo, 26 de octubre de 2008

No siempre fue un espejo


No siempre fue un espejo. De hecho en un principio fue una columna ornamental, estaba en la puerta de acceso al gran salón en la casa de una noble y rica familia. Era color madera envejecida y tenía una columna gemela al otro lado. Aquel trabajo le gustaba, todo el día viendo pasar gente, lo mejorcito de la ciudad, los trajes más lujosos, las mejores joyas… Aprendió mucho en esa época. Un día descubrió algo que no pudo callarse, un feo asunto. La conciencia le estaba matando así que una tarde dejó entreabierta la puerta para que todos se enteraran del turbio secreto que escondía aquella familia. La mansión fue desmantelada cuando se fueron los dueños. El espejo, entonces aún columna, fue comprado junto al resto de la puerta por un diseñador muy fashion. La pintó de naranja, a su hermana de morado y las colocó en su loft. Allí se codeó con el mundillo de la moda. Todos los días había cócteles, fiestas, reuniones… No duró mucho, el diseñador desapareció un sábado, dicen que se marchó tras los pasos de una modelo de la que se había enamorado perdidamente. La casa pasó a manos de una constructora que la tiró abajo. Desmontando la puerta la columna se partió y fue vendida junto al resto de los materiales a un pequeño taller de reformas. El chico del taller pensó darle utilidad colocando un espejo oval. Allí lo encontró la dueña de la tienda en la que después Juan Pedro lo compró para regalármelo por mi cumpleaños. Al salir de casa siempre me miro en él. Sabe mucho y cuando algo no le gusta tuerce el gesto y sé que tengo que cambiarme la ropa o peinarme o ponerme otros pendientes.

viernes, 24 de octubre de 2008

Benteveo, el solitario

Escribiéndome con el Beat hablamos de la historia de las cosas, todos objetos tienen una historia. La curiosidad se ha apoderado una vez más de mí. Así que como de la mayoría de cosas que hay en casa no se la historia anterior, he decidido inventarla. Empezamos por Benteveo. Nació en China, era verano. Su madre no quería más hijos, pero en una noche de celo se insinuó sobre el tejado de la pagoda a un gran gato persa. Él había ido de vacaciones, en su casa, en Persia, tenía mujer e hijos pero pensó que nadie se enteraría. Tras una larga y calurosa noche de arrumacos, ronroneos, maullidos y más cosas que no os voy a relatar, el padre partió. Él era rico, de familia bien, tenía una larga cola y unos bigotes que eran la envidia del barrio. Ella, una gata parda, de noche ya se sabe… A veces recordaba aquellos bigotes y se le erizaban los pelos del lomo. Le pusieron de nombre Benteveo porque nació todo dorado. Fue un buen cachorro, aunque marginado por la dura sociedad que no admite a los mestizos. Un buen día decidió partir, huir de todo y de todos pero en realidad sólo huía de si mismo. Se enroló en la marina mercante. Recorrió todos los puertos de oriente, los mares del sur, Shangai, Hong Kong, Bangkok, Begawan, Calcuta, Tailandia, la India… siempre rodeado del olor especiado de los mercadillos nocturnos. Tiene los ojos muy abiertos por la cantidad de cosas que ha visto. Su brazo, saludando y diciendo adiós a la vez, preparado para salir en busca de otro puerto. Siempre fue un gato solitario porque, como dijo aquel genio, cuando reluces tanto, por defecto estás solo. Su dueño, un viejo contramaestre chino, decidió llevarlo en uno de sus viajes a tierra firme. En Buenos Aires todo le fascinó, su dueño le llevó a ver el barrio chino, quería sentirse como en casa. Pero el destino pendenciero quiso que su visita coincidiera con el corralito. El chino desesperado decidió empeñarlo en una de las tiendas. Su nueva dueña, una entrañable china que llevaba miles de años en Buenos Aires lo convirtió pronto en su favorito. Era el centro de todas sus atenciones, todos los días le daba dulce de leche. Allí le encontré, rozando la obesidad, entre pay pays, pequeños Budas y abrelatas que no abren latas. Sin que la anciana china lo viera me lo llevé de la estantería. Dejé los pesos sobre el mostrador y partí con él hacia su nuevo destino. Valencia, mi pared medianera. Y aquí está, a veces pienso que algún día partirá cuando veo como le pierden los tejados de su mirada que no tienen techo, como eligiendo el próximo puerto al que dirigir sus pasos. Pero otras veces, escuchando su maullido con acento porteño, pienso que ha llegado a su puerto, que este era su destino y que seguirá conmigo… mientras le siga dando dulce de leche.

jueves, 23 de octubre de 2008

10 años

Hoy hace 10 años.
3.650 días.
3.650 momentos de recuerdo.
De echar de menos.
De preguntarme por qué.
Algunos menos de ser consciente de no tenerlo superado.
Bastantes menos de poder hablar de ello.
Muchísimos menos de poder llorar, por dentro y por fuera.
Sólo uno de poder escribir.

Marta llegó a tiempo


Marta llegaba tarde, como todas las mañanas. Caminaba deprisa mientras repasaba los casos que le ocuparían hasta las nueve de la noche, si no era más. Gimnasio? Cómo se iba apuntar a un gimnasio si no tenía tiempo ni para comer? Al doblar la esquina aceleró el paso como para compensar esa falta de ejercicio. Se sintió orgullosa de ir andando al trabajo, aunque en realidad sólo la separaban tres calles del edificio de oficinas. El ritmo acelerado hizo que tropezara y un zapato de tacón salió disparado. Maldijo por dentro mientras se recomponía pendiente de si alguien había visto la escena. En la calle sólo había un chico que desde la otra esquina caminaba en sentido contrario. Qué vergüenza, seguro que estaba riéndose de ella. Notó como se sonrojaba intentando pensar que no estaba mirando en ese momento. Iba acercándose, intentó escrutar su cara en busca de una respuesta. Él la miraba con curiosidad, lo había visto, seguro, pensaría que era una patosa. Quiso desaparecer, toda su seguridad se venía abajo con este tipo de cosas. Cuando por fin se cruzaron, los cincuenta metros le parecieron eternos, ella intentó esbozar una nerviosa sonrisa cargada de timidez. Sintió que se parecía más a una mueca.

Pedro caminaba por inercia, su cuerpo, separado ya de su mente, se deslizaba sobre la acera de manera independiente. No veía ni escuchaba nada de lo que pasaba a su alrededor, pendiente sólo de su mente y su vertiginoso funcionamiento. Sin embargo, sin saber cómo, le llamó la atención una chica que lo miraba caminando en sentido contrario. Le pareció que había emergido de la nada. Al llegar a su altura le sonrió. Le pareció una sonrisa preciosa, clara, limpia. Siguió caminando obligando a su cerebro a volver con lo que estaba. Entre los pensamientos, todos negativos, que le ocupaban, volvía a emerger la sonrisa. La desechaba una y otra vez. Pero ahí estaba de nuevo. Decidió dejarse llevar. Pensó en la última vez que alguien le había sonreído. Fue Raúl, su compañero de la facultad. Se lo encontró por la calle, hacía bastante tiempo, más de veinte años después de haber compartido con él los mejores años de su vida. Raúl estaba igual, un poco más delgado, bueno, en realidad había cambiado su físico, pero la voz era la misma. Esa voz que era su marca de identidad. La volvió a escuchar preguntándole por su vida, recordándole anécdotas de juventud y narrando su nueva realidad. Una pequeña casa, aunque después de haber compartido piso con cuatro compañeros le parecía inmensa, un trabajo mal pagado sin relación con su carrera y una mujer con la que no sabía aún si formalizaría la relación pero que le hacía sentirse bien. Y su sonrisa, que se fundió con la que acababa de ver. De la unión surgió otra, la de su hermana, la pequeña Inés a la que siempre tenía que proteger. Nunca pensó cuando eran pequeños que acabaría siendo policía. Era un completo desastre, no sabía nunca ni donde tenía la cabeza. Ahora dirigía un departamento con una docena de hombres a su cargo. Aún así lo llamaba cuando tenía que cambiar una bombilla en su casa o algún chico tenía un comportamiento de esos que sólo entienden los hombres. Él tenía que interpretarle los gestos y las palabras que ella describía con todo lujo de detalles. Hacía tiempo que Inés no sonreía. Caminando llegó a la puerta del gran edificio, casi no entendía cómo había llegado hasta allí. Abrió la puerta y con decisión pasó ante el conserje para que no le preguntara dónde iba. En el acero del ascensor apareció su cara, sobre ella de nuevo la sonrisa. Su cara sonriendo le provocó miedo, no se reconoció. Por qué le había sonreído, tal vez lo confundiera con otro. Pensó que le gustaría haber sido ese otro. Quizá otro le hubiera devuelto la sonrisa, quizá hubiera hablado con ella. Agitó su cabeza para apartar esos pensamientos y volver a los que le habían conducido allí, le pareció que le latía el cerebro. El ascensor emitió un pitido al llegar al último piso. Sobre las imágenes que se agolpaban en su mente, martirizándolo, volvía a emerger la sonrisa. Subió andando el último tramo de escaleras que llevaban a la azotea. Al abrir la puerta el aire frío le golpeó la cara. Se obligó de nuevo a pensar en lo que le había llevado allí, temblaba, la sonrisa desdibujó todo, la borró con insistencia y volvía a ocupar el primer término. Sobre ella vio la de Raúl, la de Ana, su ex compañera de trabajo, la del agradable señor que atendía el bar, la de las chicas de la tienda de ropa, la de Paco, su médico, la de… su cabeza no paraba de dar vueltas intentando borrarlas con la aplastante realidad, le resultaba imposible. Miró hacia abajo y recordó por qué estaba allí y las razones que lo habían llevado. La sonrisa, todas las sonrisas y detrás de ellas todas las personas. La cabeza ahora le daba mil vueltas. Sudaba. Esa gente estaba ahí, sonriendo, paralizándolo. Gritó. Se desplomó en el suelo de la terraza. Lloró de impotencia intentando borrar eras imágenes que se apoderaban de él.
Una eternidad después ya no le quedaban lágrimas.
De repente supo cómo hacer que Inés volviera a sonreír.

martes, 21 de octubre de 2008

Benteveo


...
"Benteveo" -el gato-
está sobre la Medianera
Bien cómodo en su lar ...
en su lugarcito...
...en su pequeño Mundo...
Allí... entre las Azoteas
y las chimeneas suburbanas...
Allí... en su Mundo Amarillo...
Mientras el cielo
empieza a tornarse
Az♥l...
...


Fragmento de un precioso cuento de el Beat, mi amigo de la Colifata. Nunca ha estado en Valencia, ni en mi casa, ni conocía a mi gato, ni la medianera, ni las azoteas de Russafa. Él tenía las palabras, yo la imagen.

lunes, 20 de octubre de 2008

Carteles

He encontrado nuevos carteles. Este está en la calle Cádiz, ocupa casi media manzana. No lleva firma, por lo tanto no sabemos de quién es la pared. Pero es suya. Toda.
Esto está en la pared junto a la plaza de toros. Aunque yo no hubiera acentuado el porque creo que lleva bastante razón. Bastante tengo con ser la mujer de mi propia vida como para andar siendo la de más gente. O prefiero serlo de la vida en general. De la vida de todo el mundo. De la Vida con mayúsculas. Eso sí.

viernes, 17 de octubre de 2008

Mi amigo el Goonie

Javi con Corey Feldman.
La primera vez que vi a Javi me impactó. Fue en la facultad, empecé la carrera como cuatro o cinco años tarde y me encontraba preguntándome que hacía allí ante un aula llena de sillas con palas de colores y siendo consciente de lo largos que son esos cinco años cuando tú tienes 23 y ellos 18. A punto de escapar a correr noté que alguien me daba unos golpecitos en la espalda. Era un niño sonriente que me decía “¿Eres Angelita? Soy Javi, el hermano de Arantxa”. Desde entonces fuimos inseparables, bueno, tampoco conocíamos a nadie más. Pronto se unió Patri a la pandilla y formamos un trío estable. Adorar a Javi es fácil, lo difícil era mantener su atención. Era hiperactivo y sufría incontinencia emocional. Su alegría me fascinaba tanto como sus penas. Fueron años de trabajos en equipo, de largas charlas, de confesiones y confidencias que nos hicieron ser compañeros, amigos, hermanos, camaradas incluso hasta en ocasiones madre e hijo, o padre e hija. Trabajar con él fue divertido, su visión siempre interesante y su talento me hicieron admirarlo aún más. La tele nos unió en aquel viejo plató y aquella vieja sala de edición. “You are the future” decía la canción, más tarde comprendí que hablaba de él. Un día partió, una gran empresa quería hacerle una entrevista, recuerdo una llamada desde el tren, temblaba como una hoja, toda su inseguridad afloraba de golpe. ¿Cómo no se daba cuenta de que era el mejor para aquel puesto y que todos lo verían enseguida? Así fue. Londres, Madrid… y aquel niño creció de golpe, maduró y se convirtió para todos en lo que siempre fue para mi, un gran profesional y un ser maravilloso. Aprendió a controlar y reconocer sus emociones, a conocerse, a saber lo que quiere en la vida y, lo más importante, lo que no quiere en absoluto. Pero hay algo en él que no ha cambiado, es imprescindible para quien lo conoce bien. Tiene un corazón tan grande que te hace sentirte orgullosa de tenerlo como amigo.
Ahora pasa un mal momento, este mundo es injusto con quien más cosas buenas le aporta. Creí que era un buen momento para recordarle quien es. Mi Javi.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mi casa, mi vida


Es cierto, cuando llueve en mi casa entra agua. Es muy desagradable. Llegas y oyes ese insufrible chip chip. Ahora sólo queda una pero molesta.
Es cierto, cuando llueve en mi casa entra agua...
Pero también entra el sol. Y cuando lo hace lo hace a lo grande. Fuerte, impetuoso, arrasando las sombras a su paso. Llena la pequeña estancia de luz, de vida. Los colores brillan, los cristales se llenan de reflejos, los objetos de pequeños destellos que lo cubren todo. La casa parece más grande. Todo se ve bonito, hasta lo feo. El agua se seca y da paso a la tibia hospitalidad del sol. Me olvido de la gotera, pienso que tenemos muchos más días de sol que de lluvía. Por cada gota hay horas y horas de sol. Me niego a concederle más tiempo a una gota que a esta sensación de disfrutar de la luz.

Me olvido de la gotera y sonrío.

Olvídate de la gotera y sonríe.

martes, 14 de octubre de 2008

Está volviendo

Hoy estoy contenta. Ya iba a practicar un exorcismo.
Sal de ese cuerpo. No se me puede venir abajo. Porque siempre me ha hecho reír, y me ha enseñado a llorar, porque siempre me ha mostrado quién soy, porque hemos caminado juntos, porque hemos caído y nos hemos levantado juntos, porque no me puede dejar sola, porque hace mucho que le echo de menos. Porque construimos cosas, porque es mi amarillo, porque es mi conciencia, porque hemos recorrido España, porque hemos sufrido los ensayos de cantantes novatas, porque hemos disfrutado de todas las versiones, porque nos quedan muchas cosas de las que reírnos y muchas historias que inventarnos. Porque me arrasaba como un huracán. Porque quiero que vuelva. Porque yo se que está ahí. Siempre ha estado ahí.
Hoy he notado que está abandonado ese cuerpo. Buen día para un exorcismo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Protesta entrañable


Me encantan los carteles. Ayer vi este pegado en el escaparate de una tienda de plantas (calle Dr. Sumsi con Matías Perelló). Nunca vi protesta tan bondadosa. Se supone que las reivindicaciones son agresivas, frases contundentes, exigentes. Este hombre apela al sentido común, "no hace tanto mal". Luego hablé con él, dijo que con las obras habían desviado la línea 90 y ya no pasa por su calle, los pequeños comercios están cerrando y la posible solución sería que los usuarios de la línea pasaran por esa calle para tomar el autobus. No exige nada, aporta soluciones de manera amable. Sería fantástico (como decía Serrat) que le hicieran caso, que esta reivindicación dulce fuera atendida. Tal vez se extendiera el ejemplo y vieramos en las manifestaciones pancartas con lemas como "mantener abierta la empresa no hace tanto mal" o "que haya un parque en este barrio no perjudica la salud". Hace falta imaginación, sentido común y respeto hasta para protestar.

Hablando de carteles, mi barrio se ha llenado de estos.
Peor para ellos, parece que el onanismo vegetal sigue estando mal visto.

viernes, 3 de octubre de 2008

Pena de muerte o cadena perpetua

En estos días en los que tanto se habla de Memoria Histórica me viene una a la mente.
Mi abuelo siempre contaba que durante la Guerra Civil fue apresado por los nacionales. Le hicieron un juicio en el que sólo estaba un mando, que era el que decía la sentencia y un secretario que apuntaba el nombre del procesado y la condena impuesta. Cuando estuvo ante él, el mando, con un evidente estado de embriaguez, dijo pena de muerte. El secretario sin embargo apuntó cadena perpetua. Mi abuelo entró en la cárcel de la que logró salir con vida. No sabía quién era aquel hombre ni lo volvió a ver nunca. Tampoco supo a cuántos salvó de este modo. Lo cierto es que de alguna manera salvó también mi vida. Es curioso pensar como por una simple anotación podría no existir, esto hace que un escalofrío me recorra la columna y me pregunte cuántos actos míos pueden negarle la vida a alguien, o dársela.
Todo lo que hacemos influye en los demás, en nuestras manos está si esos actos dan la vida o la quitan.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Gracias amarillos

Hay que leer este libro. Así de contundente. Te cambia la vida, no, te la mejora. Este libro es amarillo. Todos tenemos amarillos. Los míos sabéis quienes sois. Gracias. Cuando lo leáis lo comentaremos.