En el avión vi la hora azul de la que tanto me hablaba el Beat. Es ese momento en el que la noche se une con el día, cuando la inmesidad negra da paso a los mil tonos de azul diferentes. En Buenos Aires era noche cerrada y en Valencia ya lucía el sol. Sólo en ese punto del Atlántico estaba ocurriendo el milagro. Bueno, no sólo allí.
He vuelto a casa, no lo noté en el avión, en las largas horas de avión, ni haciendo las maletas, ni cuando llegué a Barajas, ni al volver a pagar en euros, ni cuando en el tren anunciaron la parada en Valencia... lo noté al llegar a la estación y ver allí esas caras, esas sonrisas de alivio, esos abrazos sinceros, allí estaba mi vida, allí estaba yo. En cada uno de los que estaban allí y en todos a los que ellos representaban. Traigo maletas llenas de recuerdos, de dulces, de regalos, de ropa sucia de invierno, de documentales, de apuntes, de libros... Pero traigo la cabeza llena de ideas, de estímulos, de aprendizaje, de experiencias. Un documental, un curso acabado, una realidad encontrada. Y traigo en el corazón lo más importante, personas con las que he aprendido mucho, vivencias que me harán ver la misma realidad de otra manera, eso es lo mejor que os he traido. Os lleve conmigo y os traigo de regreso mejorados, lo bueno es ahora más bueno. El que quiera está invitado a alfajores, dulce de leche, mate, documental y tango.
Y me queda este blog, con el que he compartido tanto y que va a seguir formando parte de mi... y de vosotros.
Ahora, escuchando milongas y escribiendo sueño con Buenos Aires y cómo voy a poner orden en mi casa, llena de cosas que traje y en mi vida, llena de sueños. Lo primero ha sido mi rinconcito del recuerdo, el bandoneon con un puñado de poemas, el mate con el sabor de las tardes de curso y el cartel fileteado que me recordará siempre que, a pesar de todo, el ser humano es extraordinario.